La
necesidad de minimizar las dolencias y combatir la enfermedad desde sus
orígenes, es decir aun cuando esta era considerada un ente de origen mágico
religioso, ha existido la terapéutica, que en un principio hacía presencia como
una actividad ritual y metafísica, donde se trataba al enfermo como un ser
poseído por un proceso mórbido no deseado, el cual debía ser exorcizado, es
decir, removido. Esta concepción ontológica ve al cuerpo enfermo como un
receptáculo en el cual se aloja la enfermedad. En contra parte surge el
concepto fisiológico de enfermar, el cual entendía al cuerpo como “un fino
mecanismo funcional” cuyo objetivo era mantener un equilibrio interno, es decir
homeostasis. En el entendido que la presencia de un proceso mórbido, una
disfunción, estaba condicionado por un
desequilibrio.
El
conocimiento de estos procesos y paradigmas que surgieron a lo largo del tiempo permite, a la práctica
de la medicina actual, su incorporación al discurso médico con el fin de
enriquecer y mejorar la dinámica de la consulta desde el punto de vista
cultural así como la eficacia de los esfuerzos terapéuticos, el cual se traduce
en el apego terapéutico por parte del paciente.
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